domingo, 29 de agosto de 2010

Alfredo Tzsveibel – In memoriam

La mañana del sábado 7 de agosto mi madre llamó por teléfono y en su voz se anunciaba el pesar: Alfredo Tzsveibel había muerto la noche anterior en trágicas circunstancias. Corté y, estupefacto, me senté en el sillón del living esperando que las ideas se ordenaran con los sentimientos. Me acordé de la última vez que lo vi, la noche del cumpleaños de Julia, la menor de mis hermanas y de la breve conversación en la esquina de José M. Moreno y Cobo. Le comenté algo sobre sus anteojos nuevos, le dije que me gustaban y pensé que “cerraban su look”. No me acuerdo con precisión que me contestó, pero creo que fue algo del tipo: “¿sí? Qué suerte porque yo ni me fijé”. Después, llegó el taxi que compartió con Julia y unas amigas. Me quedé tranquilo, sabía que Alfredo quería mucho a mi hermana y la iba a cuidar (yo siempre desconfío de los taxistas y mucho más cuando llevan a mis hermanas).  Julia también lo quería mucho a Alfredo y de pequeña, si tal cosa alguna vez le pasó a mi hermana, decía que cuando creciera se casaría con él.

Alfredo era parte de la vida cotidiana en la casa de mi padre. Nelvi siempre lo llamaba y lo invitaba a cuanto evento tuviera lugar. Él se resistía muchas veces pero Nelvi le insistía muchas más. Para Sofía, Joaquín e incluso Alejandro, mis hermanos, era una presencia insoslayable, parte de esas cosas que hacen al mundo de las personas, simplemente con volver al mismo lugar. Alfredo era también el hogar y lo familiar, eso que resguarda y vela en silencio por nuestro bien.
 
Yo no lo conocí como profesor, ni siquiera fui su amigo, no leí sus textos, no sé que le interesaba. Para nosotros no ha muerto el filósofo, tampoco despedimos al amigo. Con Alfredo se deshace algo de la trama que nos mantiene unidos, a nosotros mismos y a los unos con los otros. Yo no soy quien para juzgar su decisión. En primer lugar, porque estoy seguro de que no hubo ninguna. Desde aquel sábado sólo puedo pensar en una cosa: existe un mal irreductible, un mal del que ningún hombre es responsable, no es el mal que se hace con la voluntad de herir ni por la omisión del descuido (ese es fácil de aceptar). El mal del que hablo, nos supera y desborda y frente a él sólo cabe un gesto de humildad. Nadie podía hacer nada para evitarlo, ninguno de nosotros por más que lo quisiéramos, ni siquiera él mismo. Frente a la muerte de Alfredo, humildad y respeto.

Alfredo Tzsveibel, egresado de la Universidad de Buenos Aires, fue profesor en esa casa de estudios así como en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y miembro del Seminario de los jueves. Publicó artículos y capítulos de libros, así como diversas traducciones.

Andrés M. Osswald

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